No existe ninguna medida de fuerza que pueda solventar el empantanamiento que tiene el proyecto de modificar la Constitución para que Danilo Medina se repostule a la Presidencia.
Al paso de los días no se atisba más que acidez en las relaciones internas. Los peledeístas han virado sus normas y en los medios se ventilan las desavenencias.
Los insurgentes acusan de arribistas a los que impulsan la modificación constitucional, porque los más activos en el proyecto no son los antiguos miembros de la organización. Dirigentes como Temo Montás, quien fungía como el ariete antileonelista, al paso de los días se pierde en las sombras de la polémica. Como él, otros CP opinan con el silencio.
La confrontación también ha apagado las voces de campaña. Los aspirantes presidenciales han dejado el ring a los dos grandes. Aunque los tres miembros del Comité Político que estaban en proselitismo presidencial se han pasado al bando de Danilo, este silencio es muestra de la dimensión de la crisis.
Quizá se guardan la prerrogativa de sacar sus espadas de combate cuando haya cesado la confrontación o aguardan, por si ambos líderes se ausentan de la palestra y alguno de ellos emerge como solución, tal como se especula con Reinaldo Pared Pérez, de quien se dice que podría ser soportado por los danilistas si la modificación no es aprobada.
La presente confrontación es resultante del abandono de lo que se tenía como regla de oro en el PLD: el consenso para la adopción de políticas. A la luz de las circunstancias actuales, donde se observa una división de palabras y acciones, los peledeístas arañan las puertas de los dos grandes líderes para que nuevamente se reúnan para que tracen vías al acercamiento y deshagan el nudo existente, ya que hablar de expulsar a los antirreeleccionistas (aunque esto se lograra), no aportaría los votos requeridos para el proyecto sino que se antagonizaría el tema.
Los congresistas tienen una disciplina consciente no obediencia de esclavo. Nada se ganaría con extrañarlos, porque sobrevendría una división que sepultaría a todos los aspirantes.
Las partes tienen posiciones opuestas y una de ellas tiene la razón del poder y sus recursos, pero nada les garantiza el cambio que apetecen.
Lo turbio del ambiente es que ya el CP no puede ser árbitro.